Paredes sufrió la despoblación del campo español a partirde finales de los años sesenta.Hoy, viven a diario no más de quince habitantes, que hacen gala de su hospitalidad con propios y extraños. Un viernes cualquiera, los vecinos celebraban tranquilamente un cumpleaños en el garaje de una de las casas remodeladas del pueblo. Dentro, las bonitas pinturas de diferentes paisajes del lugar y del páramo solitario, dejaban bien claro el aprecio por el terruño de quienes viven allí. “Hay una buena armonía entre la gente que se nota en todo lo que hacen”, resume Pedro Simón.
En el invierno, el frío, de hielo y nieve, reduce al mínimo la presencia humana. La economía se basa en la labranza y también, aunque menos en la ganadería extensiva. Potentes tractores aran una tierra no demasiado fértil, puesto que su lecho, como el de toda la comarca, es salado. “Por eso, en los páramos, es muy raro que prosperen los chopos u otra vegetación de ribera”, dice el párroco. El día 7 de agosto de 1979, en un terreno llano junto a la carretera, se produjo un hundimiento. Así apareció una sima “de profundidad desconocida”, dice Pedro, que se llenó de agua salitrosa. Aun así, algunos agricultores locales han prosperado mucho, y llevan a renta cientos de hectáreas, tanto en Soria como en Guadalajara.
Al sur del pueblo se concentra gran parte del patrimonio de Paredes de Sigüenza. Saliendo por uno de los caminos agrícolas, se pueden ver varios restos de una calzada romana, a escasos quinientos metros de la Ermita de la Soledad. “Denota que siempre fue un lugar de paso importante, también para los romanos. Un ramal se dirigía hacia la antigua Segontia, y el otro hacia Atienza”, dice el cura. Es cierto. Si uno se fija bien, se nota cómo acequias y regueras están superadas por túneles y conducciones de piedra y ladrillo, vestigios de pequeñas obras hidráulicas de aquella época. Más adelante, y por ese mismo camino, los arqueólogos han descubierto huellas de dinosaurio similares a las muchas que hay en diversos parajes castellano-leoneses cercanos.
La iglesia de Paredes está dedicada a la advocación de San Julián Confesor. En un principio era románica, como delata la elegante y esbelta portada del templo, con arcos de medio punto, con pequeñas columnillas y capiteles, ya desgastados por la erosión de los años, abierta en su fachada sur. En el siglo XVIII la población de Paredes creció. Consecuentemente, el edificio fue ampliado, si bien los maestros constructores dejaron intacta la portada. Del añadido barroco destaca la espadaña de piedra engastada y muy bien definida.
La Ermita de la Soledad, que dista tan sólo unos metros, era originalmente de planta cuadrada. Al igual que en el caso anterior, fue agrandada, “probablemente en la misma época”, dice Pedro. Debido a la emigración, no hubo manera de mantenerla en pie y se hundió, víctima de la lluvia y el hielo, para disgusto de los lugareños. Poco tiempo después de que cayera su tejado, algunos hijos del pueblo, liderados por Felipe del Castillo, presidente de la sociedad de cazadores y pastos, se dirigieron a Pedro, plenos de interés por recuperar el lugar. “Movimos papeles, albañiles y presupuestos, y con ellos nos presentamos en ADEL Sierra Norte”, recuerda el párroco. La obra estaba en marcha.
Un arquitecto certificó que la Ermita se había ampliado artificialmente en el siglo XVIII. “Construyeron un corredizo sobre el tejado original que era poco estable”. Precisamente por eso, el consejo del técnico fue el de recuperar la planta primigenia, algo más modesta, y retroceder los dos arcos de entrada hasta su posición original. El añadido barroco es ahora un portalejo empedrado, con dos entradas laterales.
En los altos llanos de Barahona (ya en la provincia de Soria), y que sirven de límite con Paredes, había un aeródromo, dada la extensa planicie, donde, además, estaban instaladas las baterías nacionales de la Guerra Civil, “no fue necesario construir nada, la tierra a esa altura es llana, y sin vegetación”, cuenta el párroco, desde el que despegaban y aterrizaban los Junkers.
Las fiestas de Paredes de Sigüenza son sencillas. Se celebra la fiesta patronal en honor a la Virgen del Sagrario. A primeros de mayo, unos días antes, los paredenses siegan la hierba que crece a esa altura, para dejarle sitio a la llegada de la romería
Entonces, tocan las campanas y se saca la imagen de la Virgen en un carruaje construido por los propios vecinos. El recorrido de la procesión lo acompaña una banda de música de Guadalajara, desde la Iglesia, por las calles y carretera hasta el prado que acoge la Misa campera. Para evitar el solazo, que en mayo ya calienta en los llanos, los vecinos ponen un tenderete que protege el altar durante la Eucaristía, y que luego sirve para comer. La ceremonia la preside la Virgen en una hornacina ad hoc. Cuando termina, los feligreses comparten cordialmente mesa y mantel.
Esta misma fiesta se hace más grande a finales de agosto, cuando regresan a la localidad muchos oriundos de Paredes, “pero esta vez en la Parroquia”. En esos mismos días se celebra la fiesta del patrono, San Julián Confesor. Además de la clásica comida popular, concursos y juegos de cartas, los paredenses no han perdido su afición por la pelota a mano. “En el frontón los mozos que pretendían hacían sus alardes delante de las jóvenes solteras, y algo de eso queda, también en las nuevas generaciones”, dice el párroco.
Pedro Simón es también el párroco de Rienda, Valdelcubo, Sienes y Riba de Santiuste. “Hay que buscar los medios para, cada uno a nuestro nivel, mantener el patrimonio”, afirma, y, pese a que la situación económica de las parroquias es limitadísima, ya está pensando en emprender nuevas obras en otros lugares. Para el día 15 de agosto, la Virgen del Sagrario volvió de nuevo a su Ermita recién restaurada. “La inauguramos con un pequeño acto litúrgico en el que explicamos el proceso”, termina Pedro.