A Guadalajara, hay que quererla.
Así, como suena.
Sin cursiladas, ni ñoñerías.
A Guadalajara, hay que quererla.
La queremos porque es tranquila, sencilla y pequeña.
Porque al regresar de Madrid y ver el Toro, te alegras.
Porque no hacemos colas y es barato salir a comer fuera.
A Guadalajara se la quiere por no ser excesivamente guapa,
ni excesivamente fea.
Se la quiere sin más, porque hay de todo, y todo cerca.
Por ella se lucha, se sufre, y hasta a veces te mosqueas.
Hay que quererla porque se la extraña si te vas lejos, y cuando regresas,
parece que no te fuiste nunca, siempre hay alguien que te espera.
La queremos porque tiene buenos parques, buenos atardeceres y gente buena.
Hay bares, hay plazas, hay hasta un alcázar disfrazado de piedras.
Hay cultura, hay voces diversas.
Nos gusta cuando no calla, cuando se rebela.
No la cambiamos por otra más alta y más esbelta.
La queremos con sus imperfecciones, con sus noes, con sus faltas.
Nos gusta que sea así, subversiva y siempre tierna.
A Guadalajara hay que quererla,
porque es como somos las personas que vivimos en ella,
(de su padre y de su madre)
y sobre todo, porque es nuestra.