La villa de Escariche se ha llenado en esta Semana Santa para vivir con pasión y fervor las tradiciones locales de la Cuaresma, que no son pocas. Son tres las imágenes que han procesionado en estos días, la Virgen de las Angustias, el Cristo del Amor y Jesús Nazareno, siempre precedidas de la Cruz parroquial.
Hay una devoción enorme por ellas, pero especialmente por las del Nazareno y la Virgen de las Angustias. A diferencia de lo que ocurre en otras localidades, en Escariche no hay una talla especial de la Dolorosa. Son tradicionalmente las escaricheras quienes visten a la patrona del pueblo, la Virgen de las Angustias, para convertirla en Dolorosa. Cuentan que, en los primeros años del siglo XX, esta venerada imagen hizo escala en Escariche, camino de Loranca que era su destino final. Y fue tal el fervor que despertó en los vecinos sólo en aquel día de permanencia, que el entonces alcalde, Cándido Gascón, se entendió con la localidad vecina para que se quedara en su pueblo.
“En los años de sequía, en cuanto se movía la virgen, llovía”
“En la comarca se la llama 'la panadera'. Su fiesta se celebra el día 22 de abril, cuando más falta hace el agua en el campo. En los años de sequía, en cuanto se movía la Virgen, llovía”, cuenta Isabel Moranchel, vecina de la localidad. Precisamente desde la ermita en la que reposa la patrona de Escariche, comenzaron las celebraciones de la Semana Santa local. La procesión del Domingo de Ramos sale al pie mismo de la carretera hacia Escopete, donde está el templete. Los agricultores locales y el Ayuntamiento acercaron hasta allí los típicos ramos de olivo. La procesión subió, por la calle Mayor, hasta la Iglesia de San Miguel Arcángel, donde el párroco local, Hilario Murillo, llevó a cabo los oficios religiosos.
Es costumbre escarichera que en algunas de las fiestas locales, se haga misa de tres, en las que suelen participar los sacerdotes nacidos en el pueblo, como Santiago Moranchel o Jesús Montejano, aunque no en Semana Santa, debido a la gran cantidad de actos que hay en cada parroquia. El Jueves Santo, a las siete de la tarde, tenía lugar la misa y el lavatorio de los pies. Esa noche, los escaricheros velaron a Jesús en la hora santa, ante el monumento, que ellos mismos construyen cada año. Y lo mismo ocurrió en la mañana de Viernes Santo. Los hombres, organizados en tríos, velaron a Jesús por la mañana, y las mujeres lo hicieron por la tarde, hasta la hora de los oficios religiosos. Quizá el momento de mayor recogimiento y devoción de la Semana Santa escarichera se vivió en la procesión del Santo Entierro. Los feligreses retiraron el monumento y, a las diez y media de la noche las imágenes de la Virgen de las Angustias, el Cristo del Amor, y el Jesús Nazareno procesionaron por la calle Mayor, de nuevo hasta la Ermita de la Virgen de las Angustias. Antes, un grupo de chavales, Eva Pérez, Roberto López y Marta García, habían tejido con flores y plantas una alfombra vegetal en una parte del recorrido por el que luego transcurrió la procesión del Santo Entierro.
En la procesión se vivieron muchos momentos emocionantes. Carlos Ablanque, cantó dos saetas desde el balcón de la casa de unos amigos, una al Nazareno y la otra a la Virgen de las Angustias. También Ana María Machón, que según ella misma reconocía “tengo mucho que agradecer”, quiso recitar un poema al Cristo. Lo hizo, con mucho sentimiento, a la puerta de la casa de otra amiga a la que aprecia de verdad. “En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma; pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas?”, declamó. La escarichera se emocionó tanto como logró hacerlo con todos los presentes. Los redobles de la banda de cornetas y tambores de Fuentenovilla, que acompañaron la procesión un año más, añadieron brillantez, recogimiento y solemnidad a todos esos momentos.
En la procesión se vivieron muchos momentos emocionantes
Cuando la procesión del Santo Entierro llegó a la Ermita de la Virgen de las Angustias, los escaricheros depositaron las imágenes en su interior con un cuidado infinito. Y para terminar la procesión, ya al filo de las doce de la noche, todos juntos, los presentes cantaron bien alto y bien fuerte el himno de la Virgen de las Angustias: “Virgen de las Angustias, madre querida, que velas por tus hijos, de noche y día, te acuerdas Madre, a tus pies cuantas veces, recé la Salve, del mundo en los peligros, iay! no me dejes, y al recibir mi alma, ven en mi muerte, que sólo quiero, asido de tu manto, subir al cielo, tu pueblo te saluda, como a su madre, y tu nombre repiten, montes y valles, madre adorada, no olvides a tus hijos, que tanto te aman”. Acompañó la celebración de la Procesión del Santo Entierro la corporación municipal, encabezada por la alcaldesa de Escariche, Carmen Moreno. También estuvo presente Montserrat Rivas, alcaldesa de Fuentenovilla.
El Sábado Santo los escaricheros subieron al Calvario, y ya por la noche, encendieron un cirio de un brasero, a la puerta de la iglesia, para después, y todas con ese origen, encender sucesivamente tantas velas como feligreses acudieron. De esta manera, todos ellos renovaron los compromisos del bautismo. También el agua bendita es protagonista. Es costumbre que los escaricheros se lleven cada uno una jarra del preciado líquido, “del que se dice que ahuyenta la nube, si va a llover en la procesión del Encuentro”, dice Milagros López, otra de las escaricheras que colaboran activamente en las celebraciones.
Por fin, el Domingo de Resurrección ha salido la Procesión del Encuentro, alrededor de la Iglesia de San Miguel Arcangel. Las mujeres, salían por la derecha de la puerta, mientras los hombres lo hacían por la izquierda.
La repostería escarichera de la Semana Santa no difiere mucho de la popular de La Alcarria, con las torrijas y las rosquillas como protagonistas, y también unos bollos cuya masa se fríe en aceite de oliva y que se llaman repápalos “o muertos”, puntualiza Pilar Garrido, que tiene por costumbre cocinarlos. El menú típico, “bacalao, huevos revueltos y potaje”, termina de precisar Josefa López.